Dos mujeres cocinan chuleta y guisado de pollo para sus familias en la cocina comunitaria. Danielle Cosmes
Mutual Aid for Moms (Ayuda Mutua para Mamás) es un colectivo formado por madres migrantes y personas voluntarias con sede en San Diego, California. Se organizan para luchar por su soberanía alimentaria y derecho a la vivienda digna frente a la persecución de las fuerzas de inmigración estadounidenses.
El 3 de septiembre de 2025, el Programa Fronterizo EEUU-México de AFSC organizó una mesa redonda con un grupo de seis mujeres en el centro comunitario donde operaba en su momento Mutual Aid for Moms. Las seis mujeres son madres que emigraron de Venezuela y llegaron a San Diego en los últimos dos años. Antes de comenzar la conversación, todas habían dejado a sus hijes en la escuela y se dirigieron juntas al centro comunitario.
Las compañeras comenzaron explicándome que el centro comunitario era el único espacio al que tenían acceso donde podían hablar libremente entre ellas, cocinar y disfrutar del aire acondicionado durante las olas de calor del verano. A lo largo de la conversación, las participantes entraban y salían de la sala, cuidando a sus bebés que aún no tenían edad para ir a la escuela y preparando los ingredientes para la comida que más tarde cocinarían juntas antes de recoger a sus hijes de la escuela.
Me compartieron sobre su experiencia entrando los Estados Unidos y los efectos que ha tenido el reciente aumento de redadas por parte de las agencias migratorias de los últimos meses. Cuatro de las seis madres entraron a Estados Unidos bajo libertad condicional a través de CBP One en el puerto de entrada de San Ysidro, California entre 2023 y 2025. Dos de ellas se entregaron a la Patrulla Fronteriza, una en San Ysidro y otra en Eagle Pass, Texas.
Una de las compañeras que estuvo bajo la custodia de la Patrulla Fronteriza contó que pasó la noche durmiendo en sillas con sus dos hijes y que fue puesta en libertad después de 12 horas. Otra compañera describió haber estado detenida con sus dos hijes durante seis días, en los cuales sólo les fue proporcionados comida congelada: «Mis hijos se enfermaron con pura comida fría allá con migración».
Cuando se mencionó el tema de CBP One, una de las compañeras–quien entró al país en 2023 bajo libertad condicional–comentó sobre la nueva administración de Trump: «Este presidente entró al poder a las 7 de la mañana y a las 7:01 ya no había CBP One».
Una mamá le da de comer a su bebé en la sala comunitaria. Danielle Cosmes
Las participantes expresaron una frustración compartida al sentir que en su país de origen Venezuela las personas migrantes no son tratadas con la misma xenofobia que viven ellas en Estados Unidos, sino que «se les recibe de buena manera».
Cuando les pregunté cómo se ha visto afectada su cotidianidad a consecuencia del aumento de las medidas de control migratorio bajo la administración Trump, respondieron: «Aquí no se puede ni caminar». Aunque ninguna de las participantes había vivido la detención de un familiar cercano, comentaron que a las otras compañeras del colectivo sí les había ocurrido. Esas detenciones las habían llevado a tomar mayores precauciones, como evitar salir a la calle. Esto debido a que la jornada escolar dura varias horas y temen ser detenidas durante ese transcurso: «¿Qué voy a hacer si me llevan a mí y mis hijos están en la escuela?».
El tema fue difícil de tratar, debido al miedo inducido al que se enfrentan: «Uno no quiere ni pensar en eso porque se enferma mentalmente». Una de las compañeras relató historias de separación familiar que había escuchado, historias sobre niñes venezolanes cuyos padres habían sido deportados y que habían sido dados en adopción: «Los entregan a otras familias mientras uno está tan lejos».
Cruzando el Darién
A pesar de que no formaba parte del guion de la entrevista, las compañeras también hablaron de manera extensa sobre el viaje que emprendieron desde Venezuela hasta Estados Unidos, en particular sobre su paso por el Darién. Señalaron la ironía de haber emprendido un viaje tan peligroso a través de la selva para llegar a su destino, sólo para ser perseguidas una vez que llegaron a Estados Unidos: «Ahora mira lo que vine a pasar aquí después de andar en la selva para llegar.» Una de las compañeras describió cómo perdió a uno de sus hijos en la selva y no lo encontró hasta seis días después cuando el resto de la familia y ella llegaron a Panamá: «Cuando yo ya no podía seguir caminando, mi hijo el más chiquito me decía: “Sigue, mami, mi hermano nos está esperando allá adelante”».
También hablaron de las expresiones de solidaridad que vivieron durante su paso por el Darién. Una de ellas contó que compartía lo que tenía con las personas que cruzaban al mismo tiempo que su familia: «Nosotros siempre compartíamos comida. Quién pasara con hambre nosotros les dábamos comida, si teníamos».
Otra compañera recordó haber conocido a alguien en la selva que llevaba consigo vendas y ungüentos para atender a las personas que resultaban heridas durante la travesía.
Cuatro de las seis compañeras vivieron en situación de calle en campamentos migrantes durante sus primeros meses en Estados Unidos: «Somos guerreras, cruzamos la selva, ¿cómo no vamos a aguantar vivir en carpas?». Todas eventualmente lograron entrar a albergues con el apoyo del colectivo. Cuatro de ellas siguen viviendo en dichos albergues, una vive en un remolque y otra alquila un departamento. Todas hablaron sobre las dificultades que tienen para cocinar y comer en los refugios, ya que no se les permite llevar comida a sus habitaciones.
Una mujer ralla un tomate para agregar a su guisado. Danielle Cosmes
Una de ellas comentó que tiene que comprar comida constantemente: «Tengo que comprarles comida en la calle todos los días a mis hijos porque no puedo cocinar». Expresaron que no había un camino claro para salir de los refugios y acceder a una vivienda estable y asequible. Las únicas opciones que se tienen son comprar un remolque para vivir o alquilar un departamento de alto costo. La compañera que vive en el remolque compartió los problemas que atraviesa debido a las condiciones insalubres en las que vive: «Vivir ahí ya me está afectando mucho mi salud. Me han dado infecciones en las vías urinarias».
La misma compañera compartió que recientemente se había llevado a cabo una redada en el parque de remolques donde vive, lo que la obligó a salir a escondidas de su hogar durante la madrugada para evitar ser detenida. Desde entonces, cada que llega a casa cierra la puerta con llave y mantiene todas las ventanas y cortinas cerradas: «Yo dejo todo bien cerrado para que no se vea nada adentro y a mis hijos les digo que no hagan ruido, que se estén callados». La compañera está buscando hacer la transición a otra vivienda, pero le preocupa el trato que pueda recibir de su arrendador o vecines: «Uno tiene que tener cuidado en dónde renta, que no lo reporten a uno con el ICE».
Otra participante expresó su deseo de regresar a Venezuela debido a la dificultad a la que se enfrenta para encontrar empleo. Tiene una hija de 11 meses nacida en Estados Unidos. «¿En qué voy a trabajar con la niña de meses? Es una desesperación muy grande». Las demás participantes le insistieron que se quedara, argumentando que había recorrido un camino muy largo como para abandonar sus planes y que la gente que se quedó en Venezuela anhela llegar a Estados Unidos como ella. Antes de que concluyera la conversación, dos compañeras le habían compartido oportunidades de trabajo por mensaje de texto.
Al final de la conversación, les pregunté cómo se imaginan una vivienda digna para sus familias en San Diego. Varias respondieron: «Me conformo con sólo un cuartito». Tras escuchar esta respuesta, una compañera reiteró la pregunta, argumentando que no se les estaba preguntando con qué se conformarían, sino cómo sería para ellas un lugar digno para vivir. Las compañeras, algunas quienes fueron vendedoras ambulantes durante sus primeros meses en San Diego, coincidieron en que una vivienda digna sería aquella en la que todos los servicios funcionaran y «que una misma lo pudiera pagar con nuestro propio trabajo».
Mientras se llevaba a cabo la mesa redonda, las compañeras se turnaban para cocinar comida venezolana en la cocina contigua a la sala comunitaria. Cuando terminó la entrevista, comimos juntas guisado de res con arroz. Las compañeras se llevaron recipientes de comida para sus familias.
Desde el 4 de octubre de 2025 Mutual Aid for Moms ha perdido el acceso al centro comunitario. Actualmente están en búsqueda de una nueva cocina donde las compañeras puedan cocinar de manera autónoma y nutrir a sus familias.
A la izquierda, contenedores con chuletas y arroz preparados para que las familias se los lleven. A la derecha, plato de guisado de pollo que fue compartido con el staff de AFSC. Danielle Cosmes